10 de abril de 2010

Como si fuera de todos

El Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri, quiere abanderarse con la lucha contra la inseguridad. Acaba de anunciar una iniciativa para prohibir por ley la actividad callejera de los cuida coches y de los limpia vidrios, para habilitar a la policía a identificar sospechosos por la llamada de algún vecino, y para penar el uso de máscaras y palos en manifestaciones públicas.

En el contexto del crimen como industria organizada por la policía y bajo la protección de la casta judicial, lo mínimo que puede decirse de una iniciativa que propone perseguir a esos sujetos es lo obvio: que será inocua. Es interesante notar un argumento que Macri ofrece a su favor:

"Hay que cesar con la sensación de que en el espacio público todo vale, todo se puede hacer como si fuera de nadie"

Macri no oculta su preocupación por el uso del espacio público. Casi puede leerse: “como si fuera de ellos”. Muestra así su subjetividad de clase, ubicada en la queja por un ultraje que lleva, con vaivenes, décadas: la ocupación del espacio público por los sectores populares. Su lectura indignada de tal usurpación tiene raíces, no es de ahora. Lo que aparece como “novedad” es el vehículo para encarar, desde su lado, esta disputa: la cuestión de la inseguridad. Identificando un muy visible sujeto colectivo de clase.

Puede hablarse mucho acerca de la tosquedad de lo propuesto por Macri para encarar con posibilidades de éxito el complejo problema del delito; se ha explicado –tal vez no suficientemente- que sólo con políticas inclusivas puede hacerse diferencia en la materia, y que no puede tratarse el tema aisladamente, menos aún desde la simple perspectiva represiva. Ignorancia, sí; pereza intelectual, también.

Pero creo que lo que pasa acá es otra cosa, o por lo menos, acá hay otra cosa. Macri no está proponiendo, ni siquiera se pone a hacer de cuenta que está proponiendo una política (conjunto coherente de medidas) contra el problema de la inseguridad. El Jefe sabe que es una preocupación “ciudadana” muy difundida, sabe también que el discurso represivo ha sido utilizado con relativo éxito electoral, y simplemente ofrece una mercadería que es inmensamente fácil de vender: racismo. Que el racismo implica ignorancia y pereza intelectual, no es descubrimiento reciente.

Nuestro racismo es tradicionalmente un rasgo típico de clase. Macri se para en una vereda conocida, y hace gestos habituales. No me parece que casi nadie, sensato o no, crea que las medidas propuestas -esta suerte de antitrapitismo- favorezcan a la seguridad, de todos o de algunos; la proclamación de las medidas está pensada para agradar desde una pasión innoble y arraigada, el racismo argentino. Ni siquiera están pensadas para ser ejecutadas: basta agitar la bandera, para aglutinar a los que se sientan llamados. Demagogia de la más berreta.

Por eso el mejor antídoto para estos disparates es usar, seguir usando el espacio público, disputarlo, porque es el teatro de todas las otras disputas. Seguir limpiando vidrios y cuidando coches –trabajando- y seguir tomando calles y avenidas –manifestando- , usarlo de todos los modos que invente la imaginación, como si fuera de todos, porque es nuestro.


Pite

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